miércoles, 10 de septiembre de 2014

El mago

Y él lo hacía... esbozaba sonrisas en mi cara, sonrisas en escala imaginaria de lo que sería estar a su lado en realidad. Esbozaba porque hacía bocetos, todo este tiempo con su carboncillo trazaba nuestras vidas, solo borradores para que una vez juntos pudiéramos retocar, matizar o borrar lo que nos hubiéramos inventado y marcar fuertemente las partes que sí adivinamos.
Sacaba palomas de mi chistera cuando quería volar y pañuelos de mi manga para secar mis lágrimas. A veces conseguía con sus cuentos que esas mismas lágrimas de tristeza se tornaran de alegría. Era un mago que conseguía mantener casi intacto un sentimiento añadiéndole nuevos colores y melodías y contaba historias que sacudían todos mis días grises tiñéndolos de rosa. Él podía regarme, de una manera abstracta como la fe y a su vez podía notar como brotaban ramas en mi que cada día se hacían mas fuertes. Y no sé como pagarle a un mago que puede obtener por si mismo cuanto desee. Por eso solo me contengo, apretando estas ramas para que no broten flores, aún no... quiero que crezcan cuando este a su lado, cuando pueda verlas nacer y en ese instante devolverle un poquito de lo que ha ido creando. A veces creo que yo solo soy su invento, producto de su imaginación, que me crea a su antojo y me va modelando...
A veces lo miro y me pregunto como sería antes de llenarse de trucos, como seria su rostro sin esa perfección producto de la magia que se ha auto-regalado.
Sus ojos son sacados de alguna leyenda de fantasía y su voz te abraza como el oscuro manto de la noche. Nunca sabré si estoy enamorada del hombre o del mago, pero si Pinocho, el monstruo de Frankenstein o Eduardo Manostijeras nunca cuestionaron a su creador, seguiré siendo espectadora de sus trucos de magia. Esperando secretamente a que me elija para el gran truco final...



Cristina González