domingo, 10 de julio de 2016

A mi amado

Se llenaba de mi. Yo resplandecía día a día, sonreía y tintineaba mi voz y mis ojos destellaban e iluminaban su camino. Lo hacía porque lo hacia feliz, porque lo erguía, lo sostenía a la distancia, siguiendo sus pasos, dándole mi mano al caminar. Pero la luna siempre tiene dos caras: la terrenal y la oscura. Luchaba por mantener mi cara oscura oculta, mis miedos, pero no podía mentirle ni ocultarle una sensación, a él no. Y me invadía el miedo, de tenerlo lejos, de no poder abrazarlo cuando lo necesita, de que encuentre otros brazos en ese momento. Miedo de vivir en el lugar equivocado en el momento incorrecto, de sentirme vacía sin su compañía, de amarlo tan fuerte en la distancia, de que encuentre a alguien más puro que yo...
La definición de amor la encontré escrita en su nuca mientras dormía, yo no la andaba buscando, ni siquiera supe que la encontraría allí, pero allí estaba una noche de verano, con un ventilador en nuestras cabezas, una sabana cubriendo su cuerpo y su bello acariciándome la nariz. Entreabrí lentamente los ojos, como si por hacerlo rápido se fuera a ir el hallazgo, inhale su olor despacio, para no agotarlo a la primera bocanada y entonces lo encontré. Quería tocarlo, pero mis brazos se hayaban prisioneros entre los suyos. Me acerqué a él y se acomodó, de esa forma dulce en la que los cuerpos se deslizan para encajar. Allí estaba el mío, siendo la sombra y cubriendo cada centímetro del suyo.
A veces nos preguntamos porqué estamos en este mundo, cuál es nuestra misión, en que podemos ser distintos. En ese momento se esfumaron las dudas existenciales, si yo tenia algo que hacer en este mundo era amarlo. Protegerlo, cuidarlo. Darle lecciones si fuera el caso con sonrisas y discusiones de abrazos. Ese niño, que tuvo que ser hombre muy pronto parecía dejar de serlo por instantes, en las cosas pequeñas de la vida, en los miedos que nunca tuvo porque las cosas malas ya le pasaron. Y a mi, llena de temores infundados en mi burbuja de felicidad, me delegaba a la posición que me merecía, a la de dependiente, a la de mimada... Pero era tan altruista y auténtico, que ni siquiera le importaba, creo que aun así me amaba, aunque yo representara todo lo que un ser como él debiera odiar. Era generoso, pero de una forma inmensa y desconocida para mi, de esa forma en la que no buscas nada a cambio, ni siquiera gratitud. Y de alguna forma me hacia sentir desdichada, vacía, simple... al verlo actuar, al verlo hablar con desconocidos mucho tiempo más del prudencial para ser educados. Hablaba y escuchaba, compartía... era humilde, compartía su tiempo y las cosas materiales de valor así estipulado socialmente, restándole totalmente ese valor y devolviéndolo a la categoría que se merece. El siempre veía más allá, y mi mente capitalista lo amaba y detestaba a partes iguales. Y al cerrar los ojos me preguntaba, ¿Cómo alguien que salió de lo humilde, de vivir sobreviviendo, de buscarse la vida, de luchar, de la perdida temprana de un referente, de la soledad y la autogestión como individuo... podía gastar su tiempo en rescatar a la que creció en la abundancia y protegida por su entorno? él me hacía replantearme mis problemas, me hacía querer ser mas fuerte, me hacía consciente de todos mis defectos... y me hacía desear que algún día sus ojos lograran verme como le veían los mios...
Creo que ahí fui consciente de mi locura. Al amar y admirar a la misma persona solo queda dejarse llevar por sus tambores, danzar para ella hasta la noche y entonces, cuando los cuerdos duermen, cuando ninguno de ellos vigile, dejar patente tu amor en las estrellas, cavar hoyos, enterrar profundo, esconder la sabiduría que él te ha regalado, porque es la única forma de ponerte a su altura; ofrendarle.