sábado, 25 de abril de 2020

Cuando pienso en mi yo del pasado o cuando me leo, no puedo evitar pensar en lo valiente de una chica que se enfrentaba al mundo sin apenas saber de él, creyendo saberlo todo. Conforme crezco y más aprendo, me doy cuenta de lo frágil de mi naturaleza, de que no soy todo lo que creo, de que no puedo con todo lo que lucho.
Tú te colaste por una fisura entre mis huesos tras varios intentos fallidos contra mi ejército de barriguitas. Y no te ibas a colar, pero apareciste en el momento oportuno y en el lugar exacto en el que mi mente amordazaba al corazón.
Tal vez fuera por la intriga de tus palabras, por las etiquetas que te colgaban o por las conversaciones enrrevesadas y rápidas pero pausadas. Tal vez tu boca mordaz hechizó a un alma anestesiada. Tal vez porque fueras esa constante infinita que no se detiene ante nada. Yo era un mar de turbulencias en el que hasta el avión más confiable tendría dificultades para amerizar. Pero lo hizo, plantó su hidroplano sobre mis caderas y tomó los mandos de mis impulsos. Descubrí un mundo nuevo en las entrañas del viejo mundo, unos ojos de los que aprender, unas manos que sabían traspasar prejuicios y piel, una lengua que rebatía con elegancia mis afilados mecanismos de criba y huida. Me enseñó un día a día pleno de debates y más aún de besos; pero construido en un lugar inhabitable en un tiempo plusquaIMperfecto. Y duele, joder si duele.
Si tan solo pudiera desacelerar su vida para que coincidiera con la mía...
Me encontré bajando un gigantesco telón en la espalda del hombre más afín y compatible que había conocido. Pero con el coraje de ser cruel y obtuso en mi vano fin de que se abriese conmigo.
Y tal vez me pueda la impaciencia pero en estos tiempos de incertidumbre nunca sabemos si nuestra felicidad tiene los días contados, si te valdrá con tan sólo media vida para mostrarle todo lo que eres capaz de colmar.

Qué le voy a hacer si nunca he sabido jugar, perder o ganar amar a medias.
Si no creo en las esperas ni las pausas en estos temas.
Para alguien como yo que ha creído encontrar a su igual... Su duda, es mi certeza.

domingo, 10 de julio de 2016

A mi amado

Se llenaba de mi. Yo resplandecía día a día, sonreía y tintineaba mi voz y mis ojos destellaban e iluminaban su camino. Lo hacía porque lo hacia feliz, porque lo erguía, lo sostenía a la distancia, siguiendo sus pasos, dándole mi mano al caminar. Pero la luna siempre tiene dos caras: la terrenal y la oscura. Luchaba por mantener mi cara oscura oculta, mis miedos, pero no podía mentirle ni ocultarle una sensación, a él no. Y me invadía el miedo, de tenerlo lejos, de no poder abrazarlo cuando lo necesita, de que encuentre otros brazos en ese momento. Miedo de vivir en el lugar equivocado en el momento incorrecto, de sentirme vacía sin su compañía, de amarlo tan fuerte en la distancia, de que encuentre a alguien más puro que yo...
La definición de amor la encontré escrita en su nuca mientras dormía, yo no la andaba buscando, ni siquiera supe que la encontraría allí, pero allí estaba una noche de verano, con un ventilador en nuestras cabezas, una sabana cubriendo su cuerpo y su bello acariciándome la nariz. Entreabrí lentamente los ojos, como si por hacerlo rápido se fuera a ir el hallazgo, inhale su olor despacio, para no agotarlo a la primera bocanada y entonces lo encontré. Quería tocarlo, pero mis brazos se hayaban prisioneros entre los suyos. Me acerqué a él y se acomodó, de esa forma dulce en la que los cuerpos se deslizan para encajar. Allí estaba el mío, siendo la sombra y cubriendo cada centímetro del suyo.
A veces nos preguntamos porqué estamos en este mundo, cuál es nuestra misión, en que podemos ser distintos. En ese momento se esfumaron las dudas existenciales, si yo tenia algo que hacer en este mundo era amarlo. Protegerlo, cuidarlo. Darle lecciones si fuera el caso con sonrisas y discusiones de abrazos. Ese niño, que tuvo que ser hombre muy pronto parecía dejar de serlo por instantes, en las cosas pequeñas de la vida, en los miedos que nunca tuvo porque las cosas malas ya le pasaron. Y a mi, llena de temores infundados en mi burbuja de felicidad, me delegaba a la posición que me merecía, a la de dependiente, a la de mimada... Pero era tan altruista y auténtico, que ni siquiera le importaba, creo que aun así me amaba, aunque yo representara todo lo que un ser como él debiera odiar. Era generoso, pero de una forma inmensa y desconocida para mi, de esa forma en la que no buscas nada a cambio, ni siquiera gratitud. Y de alguna forma me hacia sentir desdichada, vacía, simple... al verlo actuar, al verlo hablar con desconocidos mucho tiempo más del prudencial para ser educados. Hablaba y escuchaba, compartía... era humilde, compartía su tiempo y las cosas materiales de valor así estipulado socialmente, restándole totalmente ese valor y devolviéndolo a la categoría que se merece. El siempre veía más allá, y mi mente capitalista lo amaba y detestaba a partes iguales. Y al cerrar los ojos me preguntaba, ¿Cómo alguien que salió de lo humilde, de vivir sobreviviendo, de buscarse la vida, de luchar, de la perdida temprana de un referente, de la soledad y la autogestión como individuo... podía gastar su tiempo en rescatar a la que creció en la abundancia y protegida por su entorno? él me hacía replantearme mis problemas, me hacía querer ser mas fuerte, me hacía consciente de todos mis defectos... y me hacía desear que algún día sus ojos lograran verme como le veían los mios...
Creo que ahí fui consciente de mi locura. Al amar y admirar a la misma persona solo queda dejarse llevar por sus tambores, danzar para ella hasta la noche y entonces, cuando los cuerdos duermen, cuando ninguno de ellos vigile, dejar patente tu amor en las estrellas, cavar hoyos, enterrar profundo, esconder la sabiduría que él te ha regalado, porque es la única forma de ponerte a su altura; ofrendarle.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

El mago

Y él lo hacía... esbozaba sonrisas en mi cara, sonrisas en escala imaginaria de lo que sería estar a su lado en realidad. Esbozaba porque hacía bocetos, todo este tiempo con su carboncillo trazaba nuestras vidas, solo borradores para que una vez juntos pudiéramos retocar, matizar o borrar lo que nos hubiéramos inventado y marcar fuertemente las partes que sí adivinamos.
Sacaba palomas de mi chistera cuando quería volar y pañuelos de mi manga para secar mis lágrimas. A veces conseguía con sus cuentos que esas mismas lágrimas de tristeza se tornaran de alegría. Era un mago que conseguía mantener casi intacto un sentimiento añadiéndole nuevos colores y melodías y contaba historias que sacudían todos mis días grises tiñéndolos de rosa. Él podía regarme, de una manera abstracta como la fe y a su vez podía notar como brotaban ramas en mi que cada día se hacían mas fuertes. Y no sé como pagarle a un mago que puede obtener por si mismo cuanto desee. Por eso solo me contengo, apretando estas ramas para que no broten flores, aún no... quiero que crezcan cuando este a su lado, cuando pueda verlas nacer y en ese instante devolverle un poquito de lo que ha ido creando. A veces creo que yo solo soy su invento, producto de su imaginación, que me crea a su antojo y me va modelando...
A veces lo miro y me pregunto como sería antes de llenarse de trucos, como seria su rostro sin esa perfección producto de la magia que se ha auto-regalado.
Sus ojos son sacados de alguna leyenda de fantasía y su voz te abraza como el oscuro manto de la noche. Nunca sabré si estoy enamorada del hombre o del mago, pero si Pinocho, el monstruo de Frankenstein o Eduardo Manostijeras nunca cuestionaron a su creador, seguiré siendo espectadora de sus trucos de magia. Esperando secretamente a que me elija para el gran truco final...



Cristina González

sábado, 19 de julio de 2014

No lo sabía

Y no lo sabía. No sabía que la totalidad de ambos iba a ser lujosa para nosotros. No sabía que existiría un precio, no sabía que sería tan elevado. No sabia que tendría que ahorrar para conseguir una sonrisa... no una cualquiera, la suya. No sabía que los abrazos se pierden si no los das y que si faltan puedes perderle. No sabía que los besos en distancia mueren antes de crearse y que si mueren no vuelven a nacer. No sabía que llevamos dentro un contador de lágrimas del ser amado y que jamás se pone a cero. Que todas las que derrame se marcarán como muescas en tu espalda y será el equipaje con el que viajes desde entonces. No sabía cuan duro sería la incertidumbre de su rutina, sus días, sus noches, sus compañías... No lo sabía.
No sabía que deambulábamos enteros y que esas mitades que vagan solas son las que nos parten al medio. Al partirnos, una mitad se queda con el peso, en la tierra, va cosida a nosotros. La otra media se eleva y no la recuperamos. No sabía que por eso buscamos mitades que nos complementen, que posean aquello que no tenemos, aquello que se fue al partirnos, lo que no somos y admiramos.
Yo no sabía que puedes enamorarte cada día de un recuerdo, y crear una vida imaginaria a la que aferrarte. No sabía que podía ser fiel a un sentimiento haya o no una persona detrás que lo siga manteniendo. Yo no lo sabía.
Yo no sabía que el desconocimiento no te exime de la culpa, que al decidir marcharte eres culpable y esa carga te pesa por el que dejas. Yo no sabía que dolía tanto herir a alguien por amarlo. Yo no sabía que la soledad a la que tanto recurro acabaría algún día por darme la espalda, pues aquí la tengo a mi lado pero ya no me mira y sonríe, ya no me abraza, ya no me quiere como antes. Yo no sabía que cuando uno se enamora toma conciencia del tiempo y espacio como variables prioritarias aun sabiendo que el ser amado las mantiene constantes.
No, yo no leí sobre eso ni lo escuché antes, yo sabia de sueños, de magias y raíces pero elegidas en forma y tiempo no impuestas sin voluntad. Y no me quejo. Solo quiero que sepa que no lo sabía, porque de haberlo sabido no morirían besos, no se perderían abrazos, no caerían lágrimas... ni se escribirían relatos.


Cristina González

sábado, 31 de mayo de 2014

Morfeo y yo



Te he enseñado mi cielo más azul. Mis hojas más verdes. Mi sonrisa más abierta. Mis ojos más brillantes. Mi risa más sonora. Mi miedo más grande. Mi duda más incierta. Mi pasión más oculta. Mi carácter más fuerte. Mi punto más débil.
Lo he hecho, y ahora, sentada en los escalones de la entrada, cae el sol, del mismo modo que cayeron nuestras barreras. Cae, y pienso en la espera. No estoy ansiosa, no tengo miedo. Me he dejado fluir en ti, y a estas alturas ya queda todo dicho así que sea cual fuere el resultado, será merecido. Te he mostrado lo que soy y de qué me compongo, no hay más. Por haber, hay más en ti. Pero no importa si pierdes la batalla cuando la lucha final siempre es el duelo con nosotros mismos.
Me incorporo y enciendo la luz, cierro la puerta y una brisa cálida entra justo detrás de mí. Sonrío lánguidamente. El verano está llegando, y sabemos lo que eso significa. Me quito tu camiseta y la dejo sobre la silla. Me acurruco en la cama y ahí está. Tu olor impregnado en mi piel aún no se ha marchado. Cierro los ojos, dormir... ese momento en que nuestra mente nos deja ser nosotros mismos, vivir nuestra propia historia. Vuelvo a sonreír. Nunca tuve tantas ganas de soñar.

martes, 13 de mayo de 2014

Algún día



Algún día cuando esto no importe, cuando dé igual el ser en el que me he convertido, os diré la verdad. Os hablaré de cómo despertaban los días entre nuestros brazos, cómo bajaban los soles por nuestros párpados siendo nuestros ojos lo último que mirar. Cuando no importe quien fui además os contaré las veces que nuestras bocas se buscaban solas para encontrarse y las veces que callaba por no escupirle un te quiero, las otras tantas que me subian por la garganta y los tragaba.
Si insistis, cuando esté lejos de todo éste caos os confesaré mi amor por sus palabras, por su voz que tintineaba cuando él decía una frase y se marchaba, deseando que si me moria eso fuera lo ultimo que mis tímpanos recordaran.
Si me sonsacais, cuando ya no importe el cómo ni el porqué os susurraré que nuestra química era mágica, que nuestras conversaciones se hilaban con nuestras memorias, que sus tristezas me pesaban como propias, que sus alegrias me colmaban como nuestras. Que recelaba del viento que lo tocaba, la mano que lo acariciaba y la cama que lo mecía. Os diré que lo amaba, incluso en lo inoportuno y temprano de la situación. 
Lo amaba por el hombre que era, por el niño que habia sido y por la persona que llegaría a ser. Queria verlo triunfar por encima de mis logros, verlo vivir, crecer conmigo, creer en él. Todo eso lo iba sabiendo conforme pasaban los días y las horas de esa manera tan ruin y mezquina... Asi que ahora que llega la calma yo os pregunto, ¿Acaso no mereció la pena?

Cristina González

martes, 6 de mayo de 2014

Terciopelo púrpura



Al primer instante de verle pensé "la vida es simplemente demasiado jugosa para no experimentar su inusual sabor" y fue en ese momento cuando vi nuestro futuro como un largometraje de los sesenta, en los que se le daba tiempo a los mínimos detalles, los silencios, y un tocadiscos de fondo haciendo sonar a Percy Sledge con When a man loves a woman.
Nos imaginé bailando en un salón de terciopelo púrpura, mientras entraba una brisa de azahar por el porche. Tenía un nombre particular, como a mi me gusta y esa sonrisa tímida del que sabe que está siendo observado. Me tomó la mano, con el pretexto de mirar mi pulsera, tenia una mano grande y firme en la que se desvanecía mi pulso. Hicieron falta cinco minutos para darme cuenta de que era el hombre de mi vida. Y dos minutos más para saber que también el de otra. Se sentó a nuestro lado, parecía agradable. Son esas situaciones en las que sabes lo que va a suceder, en las que odias que la vida te ponga buenas personas a las que herir, y malas personas que te hieran, siempre y no al revés. Pagué mi copa entre aquel gran grupo de gente mientras me despedía de ambos sin dejar de mirarlo.

- Discúlpame- le dije a ella
- ¿Por qué?- sonrió

La dejé confundida con una sonrisa torcida, y me marché.
Era demasiado temprano para que entendiese que se lo iba a arrebatar, pero una mujer sabe cuando otra representa una amenaza. Y yo lo era.
A veces hay que ser egoísta, es el precio de envolver tu sueño con terciopelo púrpura.

Cristina González