sábado, 19 de julio de 2014

No lo sabía

Y no lo sabía. No sabía que la totalidad de ambos iba a ser lujosa para nosotros. No sabía que existiría un precio, no sabía que sería tan elevado. No sabia que tendría que ahorrar para conseguir una sonrisa... no una cualquiera, la suya. No sabía que los abrazos se pierden si no los das y que si faltan puedes perderle. No sabía que los besos en distancia mueren antes de crearse y que si mueren no vuelven a nacer. No sabía que llevamos dentro un contador de lágrimas del ser amado y que jamás se pone a cero. Que todas las que derrame se marcarán como muescas en tu espalda y será el equipaje con el que viajes desde entonces. No sabía cuan duro sería la incertidumbre de su rutina, sus días, sus noches, sus compañías... No lo sabía.
No sabía que deambulábamos enteros y que esas mitades que vagan solas son las que nos parten al medio. Al partirnos, una mitad se queda con el peso, en la tierra, va cosida a nosotros. La otra media se eleva y no la recuperamos. No sabía que por eso buscamos mitades que nos complementen, que posean aquello que no tenemos, aquello que se fue al partirnos, lo que no somos y admiramos.
Yo no sabía que puedes enamorarte cada día de un recuerdo, y crear una vida imaginaria a la que aferrarte. No sabía que podía ser fiel a un sentimiento haya o no una persona detrás que lo siga manteniendo. Yo no lo sabía.
Yo no sabía que el desconocimiento no te exime de la culpa, que al decidir marcharte eres culpable y esa carga te pesa por el que dejas. Yo no sabía que dolía tanto herir a alguien por amarlo. Yo no sabía que la soledad a la que tanto recurro acabaría algún día por darme la espalda, pues aquí la tengo a mi lado pero ya no me mira y sonríe, ya no me abraza, ya no me quiere como antes. Yo no sabía que cuando uno se enamora toma conciencia del tiempo y espacio como variables prioritarias aun sabiendo que el ser amado las mantiene constantes.
No, yo no leí sobre eso ni lo escuché antes, yo sabia de sueños, de magias y raíces pero elegidas en forma y tiempo no impuestas sin voluntad. Y no me quejo. Solo quiero que sepa que no lo sabía, porque de haberlo sabido no morirían besos, no se perderían abrazos, no caerían lágrimas... ni se escribirían relatos.


Cristina González

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